La bolsa de la pileta

Fue un fin de semana bueno y malo, un mix. 

Creo que extraño mi casa, o sea, no, estoy segura que extraño mi casa. Mi heladera, mi bañito, mi vista, mi solitud, mi mi mi, la lista es larga. Gran parte de mi fin de semana consiste en limpiar y ordenar y prepararme para la semana siguiente. En mi casa podría ser felicidad, en esta es un incordio. Además se produce el siguiente efecto: como todo es tan grande me desinflo de entrada. En mi casita puedo decirme, aunque no tengo ganas de limpiar, es solo un par de horitas. Aqui no estoy segura que si limpio 5 horas seguidas se va a ver una diferencia. 

Ayer sacaba las alitas de la bolsa de la pileta, que se enchastró con restos de helados de agua y me quejaba mentalmente. Es un montón de cosas que tengo que llevar a la pileta: tres toallas, dos set de alitas-flotadores, agua, snacks, plata. Y entonces pensé que si desaparecieran de mi vida, me refiero, si ahora pudiese ir a la pileta con mis gafas y listo (eso es lo que llevo, ni siquiera llevo toalla) el increible vacío que se produciría. Bueno, no puedo explicarlo bien en dos minutos, aunque la idea es trillada y elemental. 

Nuestra rutina en la pileta es que entramos en la pileta onda, pero en la parte que yo hago pié. Lulu y Pepe practican a tirarse, ambos munidos de sus alitas. Lulu casi sin mi ayuda, Pepe todavía busca mi mano, aunque ayer medio que se empezó a subir y bajar de la pileta solo. Es muy gracioso Pepe en la pileta. Ha perfeccionado la técnica de desplazarse con las alitas. Deja los brazos relajados y mueve los pies a una velocidad impresionante, en consecuencia, logra desplazarse a una velocidad impresionante. Parece un angel en la pileta, algo en la velocidad con que se mueve y su inmovilidad, y el general aspecto de querubin (tan rechoncho y nacarado) que tiene lo provoca. Y yo medio que me muero del susto, pero si lo agarro se desespera, quiere estar solo.